Carta a un hombre de verdad

Estas líneas se encuentran dirigidas a un hombre de verdad, de esos hombres que van de frente por la vida, idealistas, soñadores, luchadores, consecuentes, consistentes….en fin de esas personas que simplemente han vivido la vida a su manera…. no se trata de un amor de juventud, ni de un amor fugaz, sino de un reconocimiento y homenaje a través de estas líneas a un humilde hombre, forjador y colaborador en mi historia de vida, de lo que soy, lo que represento y de lo que en el futuro puedo llegar a ser…
Me refiero a mi abuelo, un hombre excepcional, de 80 y tantos años, cabellos plateados, manos cansadas y encalladas de tanto trabajar, de labrar la tierra, de internarse en el bosque para llegar con leña al hogar, de viajar horas y horas para llegar a su trabajo y en donde luego de un agotador mes de duro esfuerzo, recibía un sueldo diminuto que nos alcanzaba para comprar el pan, pagar algunas deudas y alimentarnos… pero éramos felices, mi abuela cada tarde lo esperaba con la cocina a leña encendida, la tetera puesta en el fuego, un buen mate de yerbas y el pan amasado recién salido del horno.
Cada noche, a pesar de las advertencias de la abuela que ya era tarde y debía ir a dormir, me daba vueltas y vueltas por toda la casa con la sola finalidad de verlo llegar, darle un gran abrazo, sentarme en sus piernas y escuchar sus viejas historias, para luego a medio dormir, dando tumbos por la casa llegar a mi cama, darle gracias a dios por que mi abuelo estaba bien… cerrar los ojos y dormir.
Cada mañana casi antes que cantara el gallo, me despertaba con ese exquisito olor a leche y a tostadas, la mesa puesta, mi uniforme sobre la cama, mis hermanos siempre discutiendo y mi abuela de un lado para otro….siempre trabajando, como una hormiguita, como una especie de mujer incansable que nunca estaba triste, que siempre tenia respuestas para todo y que pasase lo que pasase estaba serena y feliz…
Como olvidar, las cientos de veces en que bien abrigaditos, mi abuelo de la mano nos llevaba a la escuelita, nos contaba historia, nos enseñaba de los árboles, de la vida, de las cosas del campo, de la política, del país y de que en algún minuto las cosas iban a cambiar… yo realmente lo admiraba, me encantaba escucharlo conversar, embelesarme con sus historias y aprender de él, aún cuando sabía que la vida no era fácil para él.
Recuerdo una vez, en que agobiada de tanto caminar, con la lluvia mojando nuestros cuerpos, el frío colándose por nuestra piel, el peso de los cuadernos y de todas las cosas que cargar para llegar a la escuela, me puse a llorar y le reclame a mi abuelo porque la vida no era justa con nosotros… mientras nosotros debíamos caminar 6 horas al día para ir y regresar de la escuela, otros compañeritos asistían en sus vehículos sin tanto esfuerzo… entonces, luego de meditar un rato y mirarme fijamente a los ojos sabiamente me dijo: “Mira hija, la vida no siempre es justa, pero de nosotros depende hacerla cada día un poco más justa, más igualitaria, más equitativa… por eso debes estudiar, aprender, conocer, para que el día de mañana te pares de igual a igual frente a otras personas; Así es que ahora deja de llorar, sécate esas lágrimas y nunca olvides que en esta vida deberás recorrer muchos caminos como este o tal vez más difíciles y oscuros… por eso cada día cuando llegues a tu escuelita, mira hacia atrás y siéntete orgullosa de lo que haz logrado…”
Esas palabras bastaron para confortar mi alma, mi espíritu y mi cuerpo cansado por la caminata y el frío… solo eso basto para aprender una gran lección a mis cortos 6 años de edad y creo que desde ese día fui con mayor anhelo a mi escuelita y la quería mucho más a pesar de sus precarias condiciones, de su estufa de aserrín, de su piso de madera, de sus ventanas muchas veces forradas con plástico…
En verdad, mi abuelo Juan era y seguirá siendo especial, siempre hablaba de una gran revolución social, de que lo más importante en las personas era el honor y la palabra, los ideales, la libertad y un sin numero de cosas que solo hasta ahora logro comprender… la consistencia… eso es lo fundamental, siempre me lo recordaba, pero yo solo hoy lo comprendo.
Para los que viven y han vivido en el campo saben de lo que hablo, si bien se sufre mucho, también se comparten muchas cosas, historias, tradiciones, fantasías y sueños que hasta ahora quedan en mi interior, a pesar de los años y la distancia… pero las raíces quedan y eso se manifiesta día a día en la forma simple, profunda e ingenua de ver el mundo.
Como olvidar esos terribles inviernos en que pasábamos días y días sin agua ni luz, sin asistir a la escuela, ni ver a los amigos, cuidando de los animales y echando mucha leña a la cocina… para permanecer abrigados, para contar historias y escuchar los sabios consejos de mis abuelos…mientras, yo siempre acompañada de mis cuadernos, escribía como hasta hoy lo hago historias y fantasías, con duendes, hadas y bosques encantados, espíritus y señales del más allá; las que luego orgullosa leía en voz alta a mi abuelo, quien muchas veces ocultando una pequeña lagrima a la luz de una vela, me abrazaba y me decía que estaba muy orgulloso de mí…. Que nunca me cansara de escribir, que en las letras se encontraba el conocimiento y la verdad, que solo las historias me harían libre, que no importaban los tipos de cuadernos que utilizara o las hojas en que escribiera, sino que nunca me cansara de escribir…. De creer en mis sueños, de luchar y de esforzarme por ser siempre la mejor.
A veces me emociona mirar hacia atrás, hacia mucho tiempo que no lo hacia, recordar mi historia y la de mi abuelo… el hombre idealista y bonachón, cariñoso, querendón, revolucionario, de familia, amante de sus amantes, caminante de mil caminos, perseguido y nunca encontrado, a veces detenido, a veces maltratado, pero siempre digno y soñador….
En verdad creo que eso si es un hombre de verdad, que siempre fue y va de frente por la vida y que a pesar de sus pensamientos e ideales, me quería y amaba por sobre todas las cosas… de no haberme amado tanto, me hubiese puesto de patadas en la calle cuando a mis 16 años llegue a la casa con un CADETE DE LA ESCUELA MILITAR, porque quería "pololear”…yo ya estaba en la universidad, y no sé si con tanto estudio las neuronas se me atrofiaron o de alguna u otra manera olvidé todo lo que me habían enseñado, pero a esa edad pensaba que estaba enamorada…
Mi abuelo nos recibió, nos observo, mi “pololo” de uniforme aparentando dar un discurso mientras yo nerviosa guardaba silencio y luego se produjo una larga pausa…en seguida mi abuelo exclamo: “Mira… no sé si tú conoces mi historia, ojala mi nieta te la haya contado, fui perseguido y torturado, pero yo no soy igual a Ustedes, por eso te voy a dar la posibilidad que ingreses a mi casa, que conozcas mi familia, que compartas con nosotros y nos aceptes… como hace muchos años Ustedes los Militares no lo hicieron conmigo y mi familia. Solo espero no estarme equivocando…. Bienvenido a mi hogar”.
La historia se prolongó por 12 años, de pololos a novios y de novios… bueno a ninguna parte, con mi corazon y mi orgullo pisoteados… ante lo cual mi ya sordo y cansado abuelo solamente exclamo: “Estos militares, siguen siendo los mismos Milicos de siempre…”
Creo que este fue y seguirá siendo uno de los más sabios consejos que he escuchado en la vida… por esto, cada vez que miro a mi viejito, no me canso de pedirle perdón, por haberlo traicionado, por haber traicionado mis ideales, pero por sobre todo por haberme olvidado de quien fui y de quien soy.
Por todo esto y por mucho, mucho más, vayan estas líneas a un hombre de verdad.
Mi abuelo Juan.
“Debemos arrojar a los océanos del tiempo una botella de náufragos siderales, para que el universo sepa de nosotros lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán: que aquí existió un mundo donde prevaleció el sufrimiento y la injusticia, pero donde conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad”.
Gabriel García Márquez
Me refiero a mi abuelo, un hombre excepcional, de 80 y tantos años, cabellos plateados, manos cansadas y encalladas de tanto trabajar, de labrar la tierra, de internarse en el bosque para llegar con leña al hogar, de viajar horas y horas para llegar a su trabajo y en donde luego de un agotador mes de duro esfuerzo, recibía un sueldo diminuto que nos alcanzaba para comprar el pan, pagar algunas deudas y alimentarnos… pero éramos felices, mi abuela cada tarde lo esperaba con la cocina a leña encendida, la tetera puesta en el fuego, un buen mate de yerbas y el pan amasado recién salido del horno.
Cada noche, a pesar de las advertencias de la abuela que ya era tarde y debía ir a dormir, me daba vueltas y vueltas por toda la casa con la sola finalidad de verlo llegar, darle un gran abrazo, sentarme en sus piernas y escuchar sus viejas historias, para luego a medio dormir, dando tumbos por la casa llegar a mi cama, darle gracias a dios por que mi abuelo estaba bien… cerrar los ojos y dormir.
Cada mañana casi antes que cantara el gallo, me despertaba con ese exquisito olor a leche y a tostadas, la mesa puesta, mi uniforme sobre la cama, mis hermanos siempre discutiendo y mi abuela de un lado para otro….siempre trabajando, como una hormiguita, como una especie de mujer incansable que nunca estaba triste, que siempre tenia respuestas para todo y que pasase lo que pasase estaba serena y feliz…
Como olvidar, las cientos de veces en que bien abrigaditos, mi abuelo de la mano nos llevaba a la escuelita, nos contaba historia, nos enseñaba de los árboles, de la vida, de las cosas del campo, de la política, del país y de que en algún minuto las cosas iban a cambiar… yo realmente lo admiraba, me encantaba escucharlo conversar, embelesarme con sus historias y aprender de él, aún cuando sabía que la vida no era fácil para él.
Recuerdo una vez, en que agobiada de tanto caminar, con la lluvia mojando nuestros cuerpos, el frío colándose por nuestra piel, el peso de los cuadernos y de todas las cosas que cargar para llegar a la escuela, me puse a llorar y le reclame a mi abuelo porque la vida no era justa con nosotros… mientras nosotros debíamos caminar 6 horas al día para ir y regresar de la escuela, otros compañeritos asistían en sus vehículos sin tanto esfuerzo… entonces, luego de meditar un rato y mirarme fijamente a los ojos sabiamente me dijo: “Mira hija, la vida no siempre es justa, pero de nosotros depende hacerla cada día un poco más justa, más igualitaria, más equitativa… por eso debes estudiar, aprender, conocer, para que el día de mañana te pares de igual a igual frente a otras personas; Así es que ahora deja de llorar, sécate esas lágrimas y nunca olvides que en esta vida deberás recorrer muchos caminos como este o tal vez más difíciles y oscuros… por eso cada día cuando llegues a tu escuelita, mira hacia atrás y siéntete orgullosa de lo que haz logrado…”
Esas palabras bastaron para confortar mi alma, mi espíritu y mi cuerpo cansado por la caminata y el frío… solo eso basto para aprender una gran lección a mis cortos 6 años de edad y creo que desde ese día fui con mayor anhelo a mi escuelita y la quería mucho más a pesar de sus precarias condiciones, de su estufa de aserrín, de su piso de madera, de sus ventanas muchas veces forradas con plástico…
En verdad, mi abuelo Juan era y seguirá siendo especial, siempre hablaba de una gran revolución social, de que lo más importante en las personas era el honor y la palabra, los ideales, la libertad y un sin numero de cosas que solo hasta ahora logro comprender… la consistencia… eso es lo fundamental, siempre me lo recordaba, pero yo solo hoy lo comprendo.
Para los que viven y han vivido en el campo saben de lo que hablo, si bien se sufre mucho, también se comparten muchas cosas, historias, tradiciones, fantasías y sueños que hasta ahora quedan en mi interior, a pesar de los años y la distancia… pero las raíces quedan y eso se manifiesta día a día en la forma simple, profunda e ingenua de ver el mundo.
Como olvidar esos terribles inviernos en que pasábamos días y días sin agua ni luz, sin asistir a la escuela, ni ver a los amigos, cuidando de los animales y echando mucha leña a la cocina… para permanecer abrigados, para contar historias y escuchar los sabios consejos de mis abuelos…mientras, yo siempre acompañada de mis cuadernos, escribía como hasta hoy lo hago historias y fantasías, con duendes, hadas y bosques encantados, espíritus y señales del más allá; las que luego orgullosa leía en voz alta a mi abuelo, quien muchas veces ocultando una pequeña lagrima a la luz de una vela, me abrazaba y me decía que estaba muy orgulloso de mí…. Que nunca me cansara de escribir, que en las letras se encontraba el conocimiento y la verdad, que solo las historias me harían libre, que no importaban los tipos de cuadernos que utilizara o las hojas en que escribiera, sino que nunca me cansara de escribir…. De creer en mis sueños, de luchar y de esforzarme por ser siempre la mejor.
A veces me emociona mirar hacia atrás, hacia mucho tiempo que no lo hacia, recordar mi historia y la de mi abuelo… el hombre idealista y bonachón, cariñoso, querendón, revolucionario, de familia, amante de sus amantes, caminante de mil caminos, perseguido y nunca encontrado, a veces detenido, a veces maltratado, pero siempre digno y soñador….
En verdad creo que eso si es un hombre de verdad, que siempre fue y va de frente por la vida y que a pesar de sus pensamientos e ideales, me quería y amaba por sobre todas las cosas… de no haberme amado tanto, me hubiese puesto de patadas en la calle cuando a mis 16 años llegue a la casa con un CADETE DE LA ESCUELA MILITAR, porque quería "pololear”…yo ya estaba en la universidad, y no sé si con tanto estudio las neuronas se me atrofiaron o de alguna u otra manera olvidé todo lo que me habían enseñado, pero a esa edad pensaba que estaba enamorada…
Mi abuelo nos recibió, nos observo, mi “pololo” de uniforme aparentando dar un discurso mientras yo nerviosa guardaba silencio y luego se produjo una larga pausa…en seguida mi abuelo exclamo: “Mira… no sé si tú conoces mi historia, ojala mi nieta te la haya contado, fui perseguido y torturado, pero yo no soy igual a Ustedes, por eso te voy a dar la posibilidad que ingreses a mi casa, que conozcas mi familia, que compartas con nosotros y nos aceptes… como hace muchos años Ustedes los Militares no lo hicieron conmigo y mi familia. Solo espero no estarme equivocando…. Bienvenido a mi hogar”.
La historia se prolongó por 12 años, de pololos a novios y de novios… bueno a ninguna parte, con mi corazon y mi orgullo pisoteados… ante lo cual mi ya sordo y cansado abuelo solamente exclamo: “Estos militares, siguen siendo los mismos Milicos de siempre…”
Creo que este fue y seguirá siendo uno de los más sabios consejos que he escuchado en la vida… por esto, cada vez que miro a mi viejito, no me canso de pedirle perdón, por haberlo traicionado, por haber traicionado mis ideales, pero por sobre todo por haberme olvidado de quien fui y de quien soy.
Por todo esto y por mucho, mucho más, vayan estas líneas a un hombre de verdad.
Mi abuelo Juan.
“Debemos arrojar a los océanos del tiempo una botella de náufragos siderales, para que el universo sepa de nosotros lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán: que aquí existió un mundo donde prevaleció el sufrimiento y la injusticia, pero donde conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad”.
Gabriel García Márquez